lunes, mayo 15, 2006

Salir de nazareno

La figura del nazareno ha sido objeto de análisis de muy diverso tipo, generalmente, cuando se escribe de ellos se les trata como actores secundarios de la cofradía, mayoritarios y necesarios, pero secundarios al fin y al cabo. A los costaleros se les considera los depositarios del esfuerzo cuasi heróico, los más de los capataces pasan a ser personajes admirados y a conformar sagas legendarias, el virtuosismo de los músicos y su constancia merecen un reconocimiento más allá de las grabaciones para la posteridad, están los imprescindibles auxiliares que “van por fuera”; así podríamos seguir con muchos personajes de nuestra Semana Santa. Sin embargo los nazarenos quedamos en personajes de reparto, somos los que generamos los cortes de la cofradía, no dejamos andar los pasos (quien no ha escuchado voces destempladas diciendo eso de “...los nazarenos para adelante.”), si los pasos han de lucirse aguantaremos estoícamente los parones,... Todo ello con la sublime e inexplicable satisfacción de acompañar a las imágenes de nuestra devoción con el orgullo de vestir la túnica de nuestra hermandad.
En algún momento, con la valentía de los dieciocho años, probé salir de costalero, el placer de sentir el peso de la trabajadera, sabiendo que llevas al hijo de Dios en los hombros, y compartir los momentos de fraternidad plena de una cuadrilla son difícilmente explicables. Tuve la suerte en los primeros ensayo de coger sitio, en la corriente de la penúltima trabajadera. Hoy debo de reconocer con todas sus letras que me rajé, me rajé unas semanas antes, con excusas vagas de un leve dolor en la rodilla. Pero en mi descargo debo decir que no lo hice por miedo o por debilidad ante el trabajo. Lo hice porque no soportaba la idea de no vestir mi túnica. Así de simple. No podía imaginarme a cara descubierta con un costal bajo el brazo, no soportaba la idea. Yo siempre había sido nazareno y desde lo más hondo de mi ser no me podía ver de otra manera. ¿Absurdo?, no digo que no. ¿Imposible de entender?, tal vez. Pero no podía renunciar a mi sitio entre las filas de nazarenos bajo el anonimato del antifaz y en la certeza de que cada uno tiene un sitio en la cofradía y de que ese, y no otro, será siempre el mío. A veces pienso que pronto, tal vez, llegará el momento en que opte por renunciar a mi sitio y marcharme al tramo que corresponda a mi hijo, que ahora, por su edad, me acompaña a mí en el mío. Si llega el caso no lo dudaré, con la misma ilusión con la que ahora me vuelvo en Río de la Plata a ver a mi Cristo Victorioso bajo el medio punto de San Sebastián lo imaginaré cuando esté saliendo y yo pueda estar ya próximo al Parque acompañando a mi nazarenito en el segundo o tercer tramo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Cuando me propusieron ser pregonero supe que tenía que glosar precisamente la figura del nazareno, ese hermano que se tapa la cara y coge su cirio o su insignia para ir con sus imágenes y sabe lo bonito que es llorar bajo un antifaz sin que nadie lo vea".

Del XXVIII Pregón de las Glorias de María de la Hermandad de la Paz. (año 2005)